La voz de la insistente Valentina enturbia la paz de los
clásicos momentos tormesinos ya calurosos. La emoción que te escribía ha
fallecido. Hoy ya no existen frases para rellenarlas con diptongos de smoking.
El tiempo para los atardeceres de Salamanca ha llegado. La
carretera Valladolid esperará todas las tardes bajo los fotones cálidos de un
marzo mediado por los días. Camino a los pueblos hablaré contigo. Fotografiaré campos
de amapolas y girasoles si puedo, atravesados por el pavimento imperturbable. ¿El
amor no es un vacío en nuestras almas que se llena con las caras de ese otro
que nos quiere? En las tuyas se refugia mi dependencia creativa. Quizás también
en tus líneas nobles me tomo un descanso de mis miedos y de las frustraciones
que inopinadamente llegan. Ignoro cómo me llamaré, ahora que soy un cuerpo
despoblado. ¿Qué opinarás de mis cursivas? ¿Te habrán causado repugnancia mis
actos y palabras sellados con el corazón? Sólo sé que aún te espero, para que
así tu voz traviesa recupere la poesía que se ha marchado de mi hogar. Pues no
consigo dejar en libertad el recuerdo de tus emociones locas. Me da trabajo
decir adiós a la fragilidad en la que me convierte cada minuto que te extraño.