Un día peronista bendice cada perímetro de Salamanca, como lo
refería mi dialogado Soriano. Los 3 grados bajo cero me acompañaron todo
el camino de mi rodeo por la Carretera Valladolid, bordeada por
escarchitas. El amanecer decoraba los pueblos
pasajeros con un pincel de serenidad. Era muy temprano para los
tráficos domingueros. Desde las torres de alta tensión, los halcones
aprovechaban para vigilar a los forasteros. Y los cuervos disolvieron su
parva para descansar en los cables de Telefónica. Los pueblos lejanos
dan la impresión de haberse acercado a la ciudad durante la noche:
sucede que la luminosidad de esta fecha diferencia mejor los contornos
de los baptisterios, impregnando en la percepción de los salmantinos la
idea de que los ventanales de Moriscos o de San Cristóbal hubieran
crecido un poco. Por eso los pueblos parecen estar más cerca, el
alumbramiento del día aclara más la diferenciaciones de las estructuras
suburbanas. Ya en la ciudad, los autos tienen cristal helado. El segundo
café de siempre recibía con una sonrisa a los conocidos para servirles
un desayuno económico. Y un viejo castañeaba los dientes, más por los
intervalos de Alzheimer que por el frío; como si estuviera pelando
infinitamente una semilla de girasol.
Feliz día de la fecha! Mi querida tierra subtormesina!
Feliz día de la fecha! Mi querida tierra subtormesina!
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