¡¡¡¡¡Qué friiiiiiiio!!!! Salamanca y las paupérrimas pedanías
ya no tendrán en sus ornamentos los colores que se combinan con el amarillo
feliz de la luz: zainos nubarrones de mediados de otoño grisantearán cada metro
de las baquías que adornan el mapa de las tierras subtormesinas. En las orillas
del camino a Monterrubio de Armuña se ven algunas cosas. La turista se aparta
de la ruta y arrastra el pie igual que un toro amenazando con embestir, porque
se quiere limpiar la caca de perro recién pisada. Me cago de risa. Qué viento
hace, la bici engrasada rejuveneció y ahora anda como un bb. Dos corredores
orillean el pavimento, y saludan con secos ¡Áu! cuando lo pasan a uno por el
costado. San Cristóbal de la Cuesta se avista en lo alto, a un kilómetro de
distancia, cuando el campanario abandonado despunta detrás del cerro. La
tormenta se aleja, dándole paso al sol y a una mariconada de fotoncitos. Pasado
el pueblo, el barcito de poca monta y las asociaciones de fomento dicen adiós
si uno camina cerca. Camino a casa, 2 kilómetros cuesta arriba, y a punto de
terminarlos, en el terraplén cada vez más afeado por los papeles, la tumba de
piedra para un ba-báu dice lo humanizado que la familia tenía al perro. Una
nube con redondez irregular se atravesó por la estela desarrollada de un avión
a chorro, como si fuera un poroso y blanco corazón de Cupido.
Getsmi solsum!! Mi queridísima tierra subtormesino!
dnld, Otoño 2014
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